miércoles, 2 de abril de 2008

Cine: talento o formación


Pocas plazas y mucha oferta. En este contexto, proliferan los centros académicos privados (algunos verdaderos chiringuitos) y la mayoría de facultades nacionales incorporan la licenciatura de Comunicación Audiovisual a su oferta académica. Mientras, la industria española (en gran parte debido a la mayor generosidad de las subvenciones estatales con los noveles) apuesta de forma desmedida por las óperas primas. Según Fernando Méndez-Leite, veterano cineasta y actual director de la ECAM, entre 2000 y 2006 se produjeron en España alrededor de 250 primeras películas; en 2007, fueron 57 de un total de 151 producciones. Así, el éxito de cineastas como Alejandro Amenábar (todo un ídolo para la nueva generación) o las nominaciones al Oscar de Nacho Vigalondo y Borja Cobeaga por sus cortometrajes, entre muchos otros factores a los que habrá que añadir desde ya mismo el éxito de Javier Bardem, han contribuido a convertir los estudios de cine en los más deseados por multitud de jóvenes que se topan con que además de la escasez de pupitres en centros de prestigio hay otro obstáculo fundamental: el alto precio de los estudios, que en la ESCAC superan los 6.000 euros por curso y en centros privados rondan los 7.500. Además, se plantea otra pregunta crucial: ¿realmente es necesario pasar por una escuela para ser un buen director?La respuesta al dilema escuela sí/escuela no dista de estar clara aunque hay un punto en el que casi todos coinciden. Como expresa Román Gubern, “a ser Picasso no se aprende. Pero eso no significa que las academias de Bellas Artes sean inútiles". A lo máximo a que se puede aspirar en una escuela de cine es a aprender la técnica, el oficio. La historia de este arte demuestra que la mayoría de grandes cineastas (John Ford, Godard o Truffaut), no estudiaron cine. Hay otro factor clave, que es si el alumno tiene la suerte de toparse con buenos profesores que espoleen su talento y despierten su curiosidad. Me temo que esto no sucede tan a menudo como debiera ya que hay más facultades de audiovisual y escuelas de cine que buenos docentes”. [...]


Josep Maixencs, director de la ESCAC: “Nosotros lo que enseñamos es el oficio porque las buenas ideas no pueden enseñarse. Siempre quisimos estar muy cerca de la industria creando las condiciones para que la gente al salir pueda integrarse en el mercado laboral aunque nunca me canso de repetir que en este sector no existe eso que llamamos contrato indefinido. En esta profesión, de una forma muy notable, es necesaria la constancia y la paciencia”. [...]


Maixencs se lamenta de la falta de cultura general de muchos alumnos y solicitantes de plaza. Méndez-Leite es más indulgente con las nuevas generaciones y cree, con Román Gubern, que el problema es que en España se producen demasiadas películas. Nacho Vigalondo, recién llegado de triunfar en Sundance con Los cronocrímenes, detecta que muchos cortometrajistas “quieren romper las reglas sin haberlas asumido. El cine es un lenguaje y sí noto más ganas por rodar que por conocerlo”. Para todos, un buen director no sólo depende de su conocimiento de la técnica sino de su madurez personal, inteligencia y cultura general. [...]


Quienes sostengan que las escuelas de cine son innecesarias tienen nombres de sobra con los que defender sus argumentos. Sin ir más lejos, los dos directores más importantes de España jamás pasaron por una escuela. Es famoso el caso de Alejandro Amenábar quien abandonó sus estudios de Imagen en la Complutense de Madrid por la falta de prácticas tras ¡suspender realización! Pedro Almodóvar, por su parte, aprendió a hacer cine con una cámara de Super 8 que se compró con su sueldo como empleado de Telefónica, donde fue auxiliar administrativo durante doce años. Le hubiera gustado estudiar en la Escuela Oficial de Cine, pero no pudo porque cuando llegó a Madrid, primeros 70, Franco la acababa de cerrar. Fernando León sí estudió, lo hizo en la misma facultad que abandonó Amenábar pero en su caso terminó los estudios. José Luis Guerín es otro autodidacta aunque ahora sea uno de los profesores con mayor relumbrón de la Universidad Pompeu Fabra y está fuertemente vinculado al ámbito académico. Comenzó a los 16 años a rodar cortos y gusta de decir que su verdadera escuela fue la Filmoteca de Barcelona. Julio Medem sí pasó por la Facultad pero no para estudiar cine sino psiquiatría, unos estudios aparentemente muy lejanos a su especialidad aunque su cine siempre ha estado muy atento a las complejidades y oscuridades de la mente humana. Aprendió, como muchos, haciendo cortos y también fue crítico de cine antes de rodar su primer largometraje, Vacas. Jaime Rosales también proviene de un campo alejado de la cinematografía ya que se licenció en ¡Ciencias Empresariales! Afortunadamente jamás desempeñó la profesión y, en cambio, se fue a Cuba tres años para estudiar en la prestigiosa Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, por donde también ha pasado otro cineasta pujante, Pedro Aguilera. José Luis Garci es otro autodidacta. En la misma tradición que los miembros de la Nouvelle Vague, el asturiano se inició en el mundo del cine como crítico, llegando incluso a publicar algunos libros de análisis cinematográfico. Sus relatos de ficción fueron el primer paso de una carrera que lo llevaría a ganar un Oscar. Finalmente, Carlos Saura forma parte de la mítica generación de cineastas que estudiaron en la Escuela Oficial de Cine, un centro en el que coincidió con Pilar Miró o Manuel Gutiérrez Aragón y que fue el germen de una de las transformaciones más importantes en la historia de nuestro séptimo arte.


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